Esfera interior, esfera exterior

6 12 2007

Esta semana me han venido a la cabeza las palabras de mi querido Arturo Pérez Reverte en uno de sus artículos del Semanal del «Norte de Castilla». Filosofando a su estilo, nos hacía reflexionar sobre el cambio que había experimentado la raza humana en lo que al sufrimiento se refiere. A veces nos olvidamos del ayer, y pensamos que los sentimientos que ahora nosostros experimentamos no los ha sufrido nunca nadie y mucho menos otras generaciones. Me explico; antiguamente la vida era muy dura, se trabajaba 10 y 12 horas al día, no había vacaciones, la gente pasaba hambre (sobre todo en determinadas épocas), las parejas también discutían (y no podían divorciarse como ahora), la gente tenía sueños inalcanzables, aspiraciones no cumplidas, los hijos también tenían enfermedades, y las mujeres perdían a sus maridos en un accidente. ¿Y la gente que hacía? Pues aguantarse con lo que había. Y no iban al psicólogo, ni leían libros de auto-ayuda y si me apuras no podían ni tomarse un largo café con un buen amigo y desahogarse…porque había ciertas cosas de las que no se hablaba. Y me imagino que habría mucha gente infeliz…pero no se por qué creo que en conjunto eran más felices que nosotros, o al menos aprendían a serlo. Con todos sus problemas y sus miedos. Con sus frustaciones y sus desconsuelos.

El caso es que nosotros hemos perdido esa fuerza, esa capacidad de aguante. Nos hartamos rápido de todo, decimos que «no lo soportamos más», nos tomamos antidepresivos y nos autocompadecemos. No nos queremos dar cuenta de que la vida es así, una puñetera. Que las películas con familias perfectas y chicas sin celulitis no existen en la vida real. Que pasaremos por épocas más dulces y otras más amargas, pero que nadie se escapa de esta historia sin haber sufrido lo suyo. Y eso nadie te lo cuenta cuando vas a la escuela, lo vas descubriendo tú solito, poco a poco, golpe a golpe.

Si reflexionas un poco más allá, llegas a otra sorprendente conclusión. La capacidad de cada uno de nosotros para sufrir se ha minimizado mientras que la capacidad para ver el sufrimiento ajeno se ha maximizado. Y la muestra son las noticias que escuchamos y vemos en televisión cada día. Lees una noticia sobre los tipos de interés, otra sobre Fernandez de la Vega, 15 muertos en Afganistan, y después sobre la nueva oferta de McLaren a Alonso… Y seguimos a lo nuestro.

El otro día veía un documental sobre los refugiados. Gente normal, con sus profesiones, sus vidas, su familia…que ha tenido que huir a otro lugar y empezar de cero. Nos molesta escuchar esos testimonios, no es agradable, mejor cambiamos de canal y vemos el concurso de baile.

¿Por qué nos da igual? ¿Por qué ignoramos el sufrimiento que nos rodea? Miramos con desdén al negrito que vende pañuelos en el paso de cebra. Por alguna razón nosotros pensamos que él ha debido de hacer algo para merecer eso. Y nos sentimos superiores. No pensamos que quizás, ese chaval que te sonríe para que le des un euro, simplemente ha tenido la mala suerte de nacer en Gambia, y no en Valencia. Y que de pequeño, habrá soñado con tener una familia, un trabajo digno…pero que sus circustancias le han llevado a pasar 10 horas al día tragando humo en una fría calle sevillana. No habla bien nuestro idioma y probablemente vive en una de esas casas para inmigrantes con otras tres personas más durmiendo en la misma habitación. Y echa de menos a su tierra, a su madre, a sus hermanos, quizás a una mujer y a un hijo que ha dejado atrás para buscar una «vida mejor».

Pero nosotros, en nuestro coche calentito, seguimos pensando en nuestras penas, cabreados porque estamos hartos de todo y nos gustaría huir a las islas Caymán, que seguro que ahí uno encuentra la felicidad. Y mientras, el negrito nos sigue sonriendo.